Por Amado Carbonell Santos
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Fuente: la alcazaba.com |
En los instantes siguientes a la
puesta del Sol, las sombras inundan los muros del Castillo de Bellver. Las
escaleras de caracol descienden hacia la penumbra, sin saber muy bien a donde
conducen, únicamente el último peldaño revelará que se esconde tras la negrura
de la noche…
Son muchos los vigilantes y trabajadores del
Castell de Bellver que han afirmado escuchar pasos junto a la estancia donde
estuvo preso Jovellanos, o sentir el
tacto frío de una mano sobre su hombro junto a las ánforas del museo
greco-romano.
Las historias y leyendas que
rondan la historia del Castillo de Bellver, comienzan desde el momento que el
Rey Jaime II, creía que los fantasmas de sus antepasados y los soldados
moriscos le perseguían. Tal era el temor que tenía de esos espectros que tanto
le atormentaban, que mandó construir el Castillo sobre la colina de Bellver en
el año 1309, donde su figura inconfundible domina toda la ciudad y la bahía de
Palma. El propio rey Jaime II ordenó construir la torre del homenaje, separada
del edificio principal por un simple puente de piedra, el cual podría ser
destruido para que los ejércitos moriscos no pudieran llegar hasta él y
disponer de agua y provisiones hasta que llegasen los refuerzos.
Esta fortaleza de planta
circular, fue ideada principalmente como residencia real, pero el tiempo en su
transcurso hizo que su función fuese la de un refugio de la corte y una prisión
inexpugnable.
Cientos de soldados de las
guerras napoleónicas fueron tomados como prisioneros y pasaron sus últimos años
entre sus muros, sufriendo terribles tormentos y torturas de mano de sus
carceleros, hasta que se volvían locos o morían de dolor bajo el yugo del
látigo y el hierro incandescente.
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Fuente: inspiradoenespana.com |
Muchos personajes históricos
pasaron también meses, incluso años recluidos en una pequeña celda mientras
escuchaban el sonido del mar al otro lado de las murallas. El primero de ellos
fue el ministro Gaspar Melchor de Jovellanos, que estuvo preso desde 1802 hasta
1808, el cual contribuyó en la descripción del Castillo de forma exacta e hizo
una gran labor botánica en el pinar circundante, creando con ello el primer
movimiento conservacionista del patrimonio de Bellver; Años más tarde, el físico francés François
Aragó se refugió entre sus paredes durante algunos años, tras ser acusado de
espionaje mientras participaba en la medición del meridiano de París.
Durante 1817, el general absolutista
Luis Lacy fue fusilado sobre los muros del Oeste, junto al acceso del foso que
protege al castillo. Pasaron los años y los presos políticos iban llegando para
ser en muchos de los casos torturados, e igual que a Lacy, fusilados.
Durante el siglo XX, después de
la insurrección de 1936, 800 presos republicanos fueron encerrados y trabajaron
en la construcción de la carretera que conduce desde la calle Joan Miró hasta
las escaleras de acceso al patio exterior. Muchos de ellos perecieron durante
aquellos terribles años de trabajos forzosos, tortura y dolor, no sin dejar la
huella de su paso por la que fue su última morada.
En 1931, durante la Segunda República
el castillo fue cedido a la ciudad de Palma, y en 1932 fue convertido en un
museo, siendo éste renovado durante 1976 para finalmente ser el Museo de
Historia de la ciudad de Palma de Mallorca.
El personal que comenzó las
rondas de vigilancia nocturna, contaba a sus superiores que durante sus
caminatas a través de los pasillos del primer piso, se sentían observados y el
sonido de unos pasos les seguían hasta detenerse frente a las escaleras que
bajaban al portalón de la entrada principal.
Otros avisaban por radio a sus
compañeros, que escuchaban voces y se sentían tocados por manos que aparecían
de entre la oscuridad junto a las esculturas romanas.
Los trabajadores encargados de la
limpieza del recinto, afirmaban haber visto la sombra de Jovellanos paseando
por los pasillos del primer piso, y desaparecer unos instantes después frente a
la puerta de la que fue su celda. Otros trabajadores que realizaban las
reparaciones en el sistema de iluminación y se quedaban hasta altas horas de la
madrugada, informaban de haber escuchado gritos y lamentos de dolor
provenientes de la planta baja del castillo. Contaban que eran unos gritos tan
desgarradores que el vello se erizaba y el corazón palpitaba tan fuerte que
sentían su propio pulso sobre la ropa.
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Fuente: diariodemallorca.es |
Bajo los suelos de la fortaleza,
se hayan unas cuevas excavadas por los propios trabajadores que construyeron el
castillo, utilizando la montaña como cantera. Según cuenta una de las leyendas
del castillo, dichas cuevas habían servido de morada a una malvada bruja
conocida como “Na Joana”.
Algunas versiones narran que
esperaba a las gentes que paseaban por las cercanías del castillo, para
invitarles a degustar un manojo de higos que llevaba en su canasto. Los
paseantes accedían gustosos a probar un bocado del pequeño manjar que aquella
anciana les ofrecía, pero desconocían que aquellos higos de aspecto tan
apetecible estaban envenenados.
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Fuente: elmundo.es |
Otras nos hablan de que esa misma
mujer, le quitó la joroba de la espalda a un joven muchacho, que se dispuso a
cantar y a bailar con ella y sus compañeras junto al calor de la hoguera, que
habían encendido junto a la entrada de las cuevas de Bellver. La joroba que le
había sido quitaba a aquel joven tan amable y alegre, la bruja se la implantó
en el pecho a otro joven que caminaba cerca de las murallas del castillo,
igualmente era jorobado y había sido descortés con ella.
Arqueólogos que habían entrado en
dichas cuevas, contaron al director del proyecto de restauración que habían
escuchado detrás de ellos pasos de diversas personas y cuando se giraban para
mirar, no había nadie. Incluso afirmaron haber oído risas de mujer dentro de las
cavidades de la montaña y el sonido del chasqueo que producen las llamas
ardiendo sobre un montón de leña de pino recién cortado.
Diversos historiadores tienen la
certeza de que la zona baja de la torre del homenaje, que estaba ideada para
hacer la función de aljibe, había sido utilizada durante siglos como mazmorra y
tenía un pasadizo secreto que comunicaba con la zona más
oculta de las cuevas.
El propio autor de este artículo,
se ha sentido observado y seguido por presencias durante sus visitas invernales
al Castillo de Bellver, mientras contemplaba la salida del Sol a través de las pequeñas cristaleras de la
celda de Jovellanos. El punto donde más
se concentraban estas sensaciones, era en las zonas donde reposan los restos
arqueológicos más antiguos de la ciudad. Puede que únicamente sea sugestión
producida por el entorno, pero con los antecedentes de muerte y sufrimiento que
se vivieron y que actualmente se esconden tras sus murallas, bien merecen la
pena pasear por sus pasillos, experimentando una vez más el tacto del paso del
tiempo rodeándonos en cada una de sus estancias.
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